Cuentan que los padres del poeta irlandés, James Joyce, estaban desayunando cuando el padre, que ojeaba el periódico, le dijo a su mujer que el diario publicaba la esquela mortuoria de una vieja amiga suya:
-¡No me digas que se ha muerto!
-exclamó la mujer afligida.
-No sé
si habrá muerto, pero el caso es que la han enterrado.
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