En el despacho del magnate del petróleo, John D. Rockefeller, se presentó un día un perturbado, que poniéndole una pistola en el pecho le gritó:
-¡Llegó tu hora! ¡Tienes que
repartir entre la humanidad toda tu fortuna!
Conservando la calma,
Rockefeller apartó la pistola y se puso a hacer unas cuentas. Cuando terminó le
dijo al loquito:
-Ya sabe que mi fortuna es de
dos mil millones de dólares y que los habitantes del mundo son unos mil
ochocientos millones. Tocamos a un dólar y doce centavos cada uno. Tenga, aquí
tiene lo que le corresponde y déjeme seguir trabajando.
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