--Tráeme mis zapatos.
El sirviente se los trajo,
pero dándose cuenta Voltaire que estaban cubiertos de polvo le dijo
severamente:
--¡Haz olvidado de limpiarlos!
--No vale la pena limpiarlos –respondió
el sirviente--, las calles están tan polvorientas que es inútil limpiarlos,
porque pronto estarán sucios de nuevo.
Voltaire permaneció
silencioso. Se puso calmadamente sus zapatos y estaba a punto de salir cuando
el sirviente le dijo:
--Señor, las llaves.
--¿Qué llaves? –preguntó Voltaire.
--Las llaves de la alacena
para preparar mi almuerzo.
--Pero, ¿para qué preparas tu
almuerzo? Al poco tiempo de haber comido, tendrás tanta hambre como la tienes
ahora.
Y diciendo eso, el escritor
salió a la calle dejándolo solo en la casa… y hambriento.
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