En una ocasión, al escribir un
texto, lo abordó una frase: «Somos
cuentos contando cuentos. Nada». Estuvo a punto de atribuírsela a Quevedo
pero tuvo sus dudas, así que consultó sus notas personales del Ovidio nazón más narizado para
estar seguro. Nada.
No se dio por vencido y
consultó diccionarios de citas y epígrafes. Lo mismo.
Terminó (¿o empezó?), por
releer la obra completa del presunto implicado y pensó que así terminaría, ya
no su artículo, sino su peregrinar tortuoso. Tampoco.
Entonces pensó que todo no era
más que una mala broma de esa transgresora universal que llamamos memoria y
que seguramente era de Shakespeare: «Ahí se encuentra todo» se dijo, y repitió
los mismos pasos en espera de resultados. Menos.
Intentó la misma operación con
otros autores hasta que la resignación, y otras ocupaciones, lo hicieron
desistir, pero, cuando menos se lo esperaba, volvía la frase sin dueño para
atormentarlo.
Pasaron muchos años y en una
de tantas mudanzas, revisando papeles y recortes de periódicos, se detuvo, sin
motivo alguno, en una entrevista cuyo amarillo papel delataba su antigüedad.
Normalmente hubiera archivado o pasado de largo el documento, pero algo lo hizo
leerla por completo. Justo antes de terminarla, cuando ya iba a confinar los
signos al olvido o al encierro —que en el fondo es lo mismo—, deletreó
asombrado: «No somos más que cuentos que
cuentan cuentos… probablemente nada».
La frase sin dueño buscada por
años… ¡era suya! Y, cuando la recordó, además de atribuirla a un sin fin de
autores, lo hizo de un modo distinto: «Somos cuentos contando cuentos. Nada.»
Como despedida agregó que
ahora sólo le quedaba esperar que la memoria de otro, olvidando y recordando,
añadiera —refiriéndose a sus libros— lo que su imaginación no pudo completar.
Memorias de Otros (2013).
Carlos Bautista Rojas
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