viernes, 3 de octubre de 2014

En Tlacotalpan Renació


El 30 de octubre de 1968, Agustín Lara cumplía 71 años (aunque él decía tener sólo 68), vivió el que fue acaso su último día plenamente feliz, cuando Tlacotalpan, la alegre población veracruzana donde el músico supuestamente había nacido, le rindió un conmovedor homenaje.
El recorrido entre el puerto de Veracruz y Tlacotalpan, había sido triunfal y placentero. A bordo del autobús convertido en salón de fiestas, meseros hacían circular viandas y vinos entre las guapas mujeres y los distinguidos invitados que acompañaban al célebre compositor. Mientras, un conjunto de guitarristas ejecutaba ininterrumpidamente lo mejor de su música. A lo largo de la ruta, en diversos pueblos y rancherías, se hicieron otras tantas escalas con abundantes libaciones; se trataba de “saludar a los paisanos”. Más de cinco horas demoró Agustín su arribo a Tlacotalpan.
Los “coterráneos” de Lara no repararon en gastos y esfuerzos para enaltecer al músico-poeta, festejar su cumpleaños y celebrar el retorno a la “patria chica”. Alrededor de él estuvieron desde el alcalde hasta el más humilde lugareño, lo mismo que las familias pudientes y los rancheros ricos. Se sirvió un banquete de mil cubiertos, en el cual Agustín abrazó enternecido a algunos viejecitos que decían recordar al “chiquillo travieso, retozón e inteligente” que había salido del pueblo muchos años atrás en busca de la fama. En la escuela local se registró una escena conmovedora. Un anciano, nonagenario y ciego, fue a su encuentro en una silla de ruedas para saludar a “su viejo alumno”. Con voz temblorosa hizo tiernos recuerdos. Finalmente, Lara fue a postrarse ante el Cristo Negro de la iglesia del pueblo.
Lara fue tan feliz en Tlacotalpan aquel día de 1968, que tal vez no recordó siquiera que estaba viviendo una mentira, un incomprensible mito urdido por él mismo. Treinta años atrás había conseguido una constancia expedida por la oficina del Registro Civil de Tlacotalpan, que lo acreditaba como nativo de esa población “por información de testigos”, ya que en los archivos correspondientes no se encontró su acta de nacimiento. Y no podía encontrarse ahí porque Lara había nacido en la Ciudad de México, el 30 de octubre de 1897, o sea tres años antes del 1900 que él hizo anotar en el acta que lo hacía aparecer como tlacotalpeño.
Al morir en 1970, el músico se llevó a la tumba el secreto de los motivos que lo indujeron a hacerse pasar por nativo de Tlacotalpan. Corre por Veracruz una anécdota según la cual alrededor de 1930 Lara visitó a un rico azucarero de la región, amigo suyo, en unión del periodista Juan Malpica Silva, director de El Dictamen de Veracruz. El trío se corrió una parranda de una semana, durante la cual el músico y sus amigos estuvieron a punto de perder la vida. La lancha en que se paseaban zozobró en un vericueto cercano a Tlacotalpan y sus ocupantes pasaron una noche terrible, asidos a una enramada, hasta que unos lugareños los rescataron. Más tarde, al narrar el caso, Lara comentaría:
              --En Tlacotalpan volví a nacer.

La Música Mexicana (1981).
Salvador Morales

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