El 30 de octubre de 1968, Agustín Lara cumplía 71 años (aunque él decía tener sólo 68), vivió el que fue acaso su último día plenamente feliz, cuando Tlacotalpan, la alegre población veracruzana donde el músico supuestamente había nacido, le rindió un conmovedor homenaje.
El recorrido entre el puerto
de Veracruz y Tlacotalpan, había sido triunfal y placentero. A bordo del
autobús convertido en salón de fiestas, meseros hacían circular viandas y vinos
entre las guapas mujeres y los distinguidos invitados que acompañaban al
célebre compositor. Mientras, un conjunto de guitarristas ejecutaba
ininterrumpidamente lo mejor de su música. A lo largo de la ruta, en diversos
pueblos y rancherías, se hicieron otras tantas escalas con abundantes
libaciones; se trataba de “saludar a los
paisanos”. Más de cinco horas demoró Agustín su arribo a Tlacotalpan.
Los “coterráneos” de Lara no repararon en gastos y esfuerzos para
enaltecer al músico-poeta, festejar su cumpleaños y celebrar el retorno a la “patria chica”. Alrededor de él
estuvieron desde el alcalde hasta el más humilde lugareño, lo mismo que las
familias pudientes y los rancheros ricos. Se sirvió un banquete de mil
cubiertos, en el cual Agustín abrazó enternecido a algunos viejecitos que
decían recordar al “chiquillo travieso,
retozón e inteligente” que había salido del pueblo muchos años atrás en
busca de la fama. En la escuela local se registró una escena conmovedora. Un anciano,
nonagenario y ciego, fue a su encuentro en una silla de ruedas para saludar a “su viejo alumno”. Con voz temblorosa
hizo tiernos recuerdos. Finalmente, Lara fue a postrarse ante el Cristo Negro
de la iglesia del pueblo.
Lara fue tan feliz en
Tlacotalpan aquel día de 1968, que tal vez no recordó siquiera que estaba
viviendo una mentira, un incomprensible mito urdido por él mismo. Treinta años
atrás había conseguido una constancia expedida por la oficina del Registro
Civil de Tlacotalpan, que lo acreditaba como nativo de esa población “por
información de testigos”, ya que en los archivos correspondientes no se
encontró su acta de nacimiento. Y no podía encontrarse ahí porque Lara había
nacido en la Ciudad de México, el 30 de octubre de 1897, o sea tres años antes
del 1900 que él hizo anotar en el acta que lo hacía aparecer como tlacotalpeño.
Al morir en
1970, el músico se llevó a la tumba el secreto de los motivos que lo indujeron
a hacerse pasar por nativo de Tlacotalpan. Corre por Veracruz una anécdota
según la cual alrededor de 1930 Lara visitó a un rico azucarero de la región,
amigo suyo, en unión del periodista Juan Malpica Silva, director de El Dictamen de Veracruz. El trío se corrió
una parranda de una semana, durante la cual el músico y sus amigos estuvieron a
punto de perder la vida. La lancha en que se paseaban zozobró en un vericueto
cercano a Tlacotalpan y sus ocupantes pasaron una noche terrible, asidos a una
enramada, hasta que unos lugareños los rescataron. Más tarde, al narrar el
caso, Lara comentaría:
--En Tlacotalpan volví a nacer.
--En Tlacotalpan volví a nacer.
La Música Mexicana (1981).
Salvador Morales
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