En 1946, Miguel Alemán fue el candidato a la presidencia por el PRI y el 7 de julio de ese año tuvieron lugar los comicios. El presidente en ese momento, general Manuel Ávila Camacho, se ufanó de la limpieza de las elecciones, pero desde el primer momento los partidos de la oposición alegaron fraudes electorales.
El gobernador del Estado de
San Luis Potosí, Gonzalo N. Santos, dejó votar en paz a la gente, pero en la
noche envió a sustraer algunas urnas que eran custodiadas por el ejército. El teniente
encargado de la guardia se negó rotundamente a permitir la salida de las urnas
y Santos tuvo que llamar al jefe de zona militar, quien le explicó que por
órdenes estrictas del presidente Ávila Camacho no podía permitir nada de eso, y
que el oficial a cargo de la custodia era a
prueba de cualquier soborno. Santos recomendó entonces que enviasen, con
felicitaciones, a ese oficial fuera de allí y que en su lugar se quedara
alguien “de verdadera confianza”. Así
se hizo, y Santos pudo sacar no una, sino todas las urnas. Antes, claro, se
había cuidado de cambiar las originales por otras que él mandó hacer y que
tenían tornillos en las tapas. De esa manera abrieron las ánforas y arreglaron
la “votación” como se les dio la gana.
Más tarde, todo mundo se
enteró de la sustracción de las urnas y preguntaron a Santos si eso no era
inmoral. “En política y en el juego”,
sentenció Santos, “la moral es un árbol
que da moras”.
Tragicomedia
Mexicana 1 (1990).
José Agustín
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