El general Maximino Ávila Camacho de sus andanzas revolucionarias había tomado la costumbre de obtener por las buenas o por las malas las cosas que deseaba. Un día le preguntó a sus lugartenientes:
--¿De
quién es esa propiedad? Me gusta.
--De
Francisco Contreras.
--“Pos”
avísale que quiero verlo para comprársela.
Cuando lo tuvo delante:
--Quiero
comprarle su casa, ¿Cuánto quiere por ella?
--No
la vendo, don Maximino, es herencia de mis padres y de los padres de mis
padres, para mí no tiene precio porque no la voy a vender.
--Piénselo
bien amiguito, me gusta la finca y de todas maneras va a ser mía, así que vaya
poniéndose a modo.
--Le
repito que no la vendo a ningún precio.
--Mire,
amiguito, se la voy a poner así: o me la vende usted o hago el negocio con su
viuda.
Jácara (1990).
Marconi Osorio.
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