Tomás Mejía, Comandante de la Caballería del Imperio de Maximiliano de Habsburgo, fue capturado y juzgado por un Consejo de Guerra, siendo condenado a muerte. Fue fusilado junto con el General Miguel Miramón y el Emperador Maximiliano en el Cerro de las Campanas, Querétaro, el día miércoles 19 de junio de 1867.
La viuda del Comandante,
Agustina Rodríguez, solicitó autorización para llevar el cadáver a la Ciudad de
México, pero como no tenía —literalmente— «ni en qué caerse muerta», aprovechó
el excelente embalsamamiento de su difunto marido y lo sentó en la sala de su
casa, en la vieja calle de Guerrero, durante tres meses. La escena no podía ser
más terrible. Con sus manos cubiertas con guantes blancos y de traje oscuro, el
cadáver parecía descansar sentado sobre una silla. Conmovido por la triste situación,
el presidente Benito Juárez intervino proporcionando a la viuda los recursos
necesarios para el entierro. El panteón de San Fernando —el más clásico de los
cementerios del siglo XIX— abrió sus puertas para recibir a Tomás Mejía, cuyos
restos descansan ahí hasta el día de hoy.
365 Días para Conocer la Historia de México (2011).
Alejandro Rosas
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