En el año de 1968, José Luis Cuevas se encontraba en Santo Domingo dando conferencias sobre pintura. En esos días, una escritora de triste memoria denunció a un grupo de intelectuales como responsables de la masacre de Tlatelolco. Algunos amigos de Cuevas le aconsejaron regresar a México, pues corría la voz de que había huido por temor a la cárcel, y lo hizo enseguida. Cuando llega a la Ciudad de México, la prensa y la televisión lo esperaban. Un periodista le preguntó:
--¿Está usted de parte de los
estudiantes?
--Claro que sí. ¿No le parece
lógico? –contestó Cuevas. --¿Quisiera acaso que estuviese de parte de los
granaderos?
Otro periodista le preguntó:
--¿Va a responder a la señora
escritora que le hace tan graves cargos?
--Déjeme pensarlo, porque no
me gusta contestar a tontas y a locas.
Confesiones de José
Luis Cuevas (1975).
Alaíde Foppa
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