sábado, 29 de agosto de 2015

Timados


Elyeza Bazna, fue un albanés que trabajaba como ayudante de cámara de sir Hugh Knatchbull, embajador británico en Ankara, Turquía, durante la Segunda Guerra Mundial. Ambicioso y con pocos escrúpulos, trabajó como espía para la embajada alemana.
Usando el apodo de Cicerón, Bazna les vendía planos de ingenios electrónicos que su jefe guardaba en su caja fuerte. Los alemanes le pagaron muy bien por aquellos planos, pero su contenido les desconcertaba. Lógico. El embajador británico era una especie de inventor chiflado que en su tiempo libre diseñaba circuitos y disparatados modelos de electrodomésticos que nunca funcionaban. Y lo que Bazna les estaba vendiendo a los nazis (sin saberlo) eran justo aquellos planos.
Como era de esperar, los nazis empezaron a desconfiar del albanés. Y la consecuencia fue que, cuando el traidor les facilitó otros documentos auténticos y muy valiosos –entre ellos, los informes sobre las cumbres de los líderes aliados en Casablanca y Teherán–, los alemanes dudaron de su autenticidad.
Finalmente, los británicos acabaron descubriendo los manejos de Bazna y montaron un operativo para atraparlo. Pero la suerte sonrió una vez más al espía, quien escapó a Brasil llevándose el dinero que le habían pagado previamente los nazis.
En el país sudamericano, el albanés se dedicó a vivir como un rey, pero la historia tampoco tuvo final feliz para él. Al cabo de un mes, la policía se presentó en su domicilio con una orden de arresto por fraude. Y es que los alemanes habían remunerado los servicios del espía con dinero falso.

Los 10 Hombres Más Torpes de la Historia.
Revista Quo, Abril 2014
Vicente Fernández

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