Angelo Giuseppe Roncalli, el futuro Papa Juan XXIII, asistía, como nuncio en París, a uno de esos banquetes con todo lujo de ceremonias y protocolos. Le tocó a su lado en la comida una encopetada señora escandalosamente escotada. El vecino del lado opuesto le preguntó con disimulo y esbozando una sonrisa picaruela:
—¿Qué opina de ella,
excelencia?
El nuncio, sin enrojecer lo
más mínimo, como si hablase en abstracto de alguien lejano, le contestó
rápidamente y sin vacilar:
—Estoy esperando a los postres
a ver qué sucede…
—No entiendo, señor nuncio, lo
que quiere decir —replicó el comensal.
—Sí —siguió el nuncio con una pizca de
malicia—, espero el final para ver si nos sirven de postre alguna manzana y
esta buena señora, como le sucedió a Eva al comerla en el paraíso, se da cuenta
de que está desnuda.
Juan XXIII, 200
Anécdotas (2000).
Constantino Benito-Plaza
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