domingo, 30 de agosto de 2015

La Manzana de Eva


Angelo Giuseppe Roncalli, el futuro Papa Juan XXIII, asistía, como nuncio en París, a uno de esos banquetes con todo lujo de ceremonias y protocolos. Le tocó a su lado en la comida una encopetada señora escandalosamente escotada. El vecino del lado opuesto le preguntó con disimulo y esbozando una sonrisa picaruela:
—¿Qué opina de ella, excelencia?
El nuncio, sin enrojecer lo más mínimo, como si hablase en abstracto de alguien lejano, le contestó rápidamente y sin vacilar:
—Estoy esperando a los postres a ver qué sucede…
—No entiendo, señor nuncio, lo que quiere decir —replicó el comensal.
 —Sí —siguió el nuncio con una pizca de malicia—, espero el final para ver si nos sirven de postre alguna manzana y esta buena señora, como le sucedió a Eva al comerla en el paraíso, se da cuenta de que está desnuda.

Juan XXIII, 200 Anécdotas (2000).
Constantino Benito-Plaza

Servilismo Deportivo


El expresidente mexicano José López Portillo tenía la costumbre de brincar de los camiones descubiertos; en lugar de bajarse por la escalera que se colocaba con tal fin, brincaba desde las redilas. También brincaba de los templetes en los actos públicos, aunque algunos tuvieran hasta dos metros y medio de alto, saltando como “karateca” por donde no había escalera; con ello obligaba a los demás –dado el servilismo de los políticos-- a que lo imitaran, y como no todos tenían la condición física de López Portillo, algunos se causaban roturas de huesos y de costillas, todo esto, con tal de no quedarse atrás de su Presidente.

Lo Negro del Negro Durazo (1983).
José González González

sábado, 29 de agosto de 2015

Timados


Elyeza Bazna, fue un albanés que trabajaba como ayudante de cámara de sir Hugh Knatchbull, embajador británico en Ankara, Turquía, durante la Segunda Guerra Mundial. Ambicioso y con pocos escrúpulos, trabajó como espía para la embajada alemana.
Usando el apodo de Cicerón, Bazna les vendía planos de ingenios electrónicos que su jefe guardaba en su caja fuerte. Los alemanes le pagaron muy bien por aquellos planos, pero su contenido les desconcertaba. Lógico. El embajador británico era una especie de inventor chiflado que en su tiempo libre diseñaba circuitos y disparatados modelos de electrodomésticos que nunca funcionaban. Y lo que Bazna les estaba vendiendo a los nazis (sin saberlo) eran justo aquellos planos.
Como era de esperar, los nazis empezaron a desconfiar del albanés. Y la consecuencia fue que, cuando el traidor les facilitó otros documentos auténticos y muy valiosos –entre ellos, los informes sobre las cumbres de los líderes aliados en Casablanca y Teherán–, los alemanes dudaron de su autenticidad.
Finalmente, los británicos acabaron descubriendo los manejos de Bazna y montaron un operativo para atraparlo. Pero la suerte sonrió una vez más al espía, quien escapó a Brasil llevándose el dinero que le habían pagado previamente los nazis.
En el país sudamericano, el albanés se dedicó a vivir como un rey, pero la historia tampoco tuvo final feliz para él. Al cabo de un mes, la policía se presentó en su domicilio con una orden de arresto por fraude. Y es que los alemanes habían remunerado los servicios del espía con dinero falso.

Los 10 Hombres Más Torpes de la Historia.
Revista Quo, Abril 2014
Vicente Fernández

Antropofagia


              En una entrevista, en Roma, un periodista trataba de poner en aprietos a Jorge Luis Borges. Como no lo lograba, finalmente probó con algo que le pareció más provocativo:
--¿En su país todavía hay caníbales?
--Ya no --contestó aquél--, nos los comimos a todos.

Jorge Luis Borges, Anecdotario (2008).
Amalia Ugo de Ruiz Díaz

martes, 11 de agosto de 2015

Devaluación


Es sabido que durante el período de la historia de México denominado el Maximato, gobernaron tres presidentes bajo la égida del Jefe Máximo, Plutarco Elías Calles. De los tres, tal vez el periodo más desafortunado fue el de Pascual Ortiz Rubio (1930-1932), quien, según la percepción popular, era títere de Calles, al grado que, según se dice, Calles devaluó el peso sin avisar a Ortiz Rubio: “Me hubieran dicho, para cambiar unos pesos que tenía yo”, se contaba que dijo el presidente”.

Historia Esencial de México (1996).
Armando Ayala Anguiano

Tendidos


Al compositor Silvestre Revueltas le gustaba hacerle bromas a su amigo José Clemente Orozco, el gran muralista; así, un día le comentó con cierta sorna, lo que le aconteció en una visita que hizo al Hospicio Cabañas, en Guadalajara, espacio que alberga una parte esencial de la obra del muralista:
--Estuve en Guadalajara y me tendí bajo la cúpula del hospicio, pero el conserje se dio cuenta y me levantó indignado.
El que se indignó, al escuchar esto, fue Orozco.
--¡Qué idiotez!, --exclamó--. Cuando estuve en Roma, me pasé horas y horas tendido bajo la cúpula de la Capilla Sixtina, viendo los frescos de Miguel Ángel, y nadie me dijo nada.
Todo se aclaró, al decirle Revueltas:
--Pero había una diferencia: tú te acostaste boca arriba y yo boca abajo.
Orozco estalló en carcajadas.

José Clemente Orozco. Antología Crítica (1982).
Teresa del Conde

El Primer Jefe


El término “carrancear” fue muy sonado durante la Revolución de 1910. La gente de la época lo relacionaba con la División Constitucionalista, de Venustiano Carranza. Al respecto, José Vasconcelos refiere que El Malasombra, como le llamaba a Carranza, “generó ese vocablo porque sus allegados eran proclives a llevarse el dinero y a engañar. De ahí que ‘se lo carranceó’ tiene su origen revolucionario”.
Por su parte, el General Álvaro Obregón ejemplificó los alcances del verbo “carrancear” al describir lo sucedido en la cena que Carranza ofreció en el castillo de Chapultepec al ministro de España, como una expresión de agradecimiento cuando España reconoció el régimen de Carranza.
Durante la comida el ministro español estuvo sentado entre Obregón y el yerno de Carranza, general Cándido Aguilar, que entonces era secretario de relaciones exteriores.
Carranza sentado frente al huésped de honor. De pronto el ministro de España se lleva la mano al chaleco y palidece:
—¡Caramba, me han robado el reloj! –grita--. Era un reloj antiguo de oro y brillantes, una joya, recuerdo familiar... –silencio completo.
Mira a Obregón que estaba sentado junto a él, precisamente del lado en que le falta el brazo.
—Yo no pude haber robado su reloj.
Mira a Cándido Aguilar, sentado del otro lado, pero tiene casi paralizada una mano, casualmente la que está junto al ministro español. Tampoco puede ser éste el autor del robo. Y convencido de que no recuperaría su alhaja, el diplomático pasó el resto de la comida murmurando dolorosamente:
—¡Me han robado mi reloj! ¡Esto no es un gobierno, es una cueva de ladrones!...
Al levantarse de la mesa, don Venustiano se aproxima a él con su aire grave y venerable y le dice:
—Tome usted y calle de una vez --y le entrega su reloj.
El diplomático no puede contener su asombro, el hombre frente a él tenía su reloj, y entonces grita con sincera admiración:
—¡Ah, señor Presidente! Por algo le llaman a usted “el Primer Jefe" –insinuando que lo era, pero de la banda.

La Revolución es la Revolución (2010).
Diario Milenio,
Juan Ignacio Zavala