Alvaro Obregón, ya siendo presidente de la República, paseaba por la Alameda con dos ayudantes, cuando se le presentó un joven que dijo ser poeta y le pidió permiso para saludarlo y recitarle un soneto. Concedida la autorización, y recitado el poema, Obregón le dió una palmada en el hombro y le dijo:
--Muy bien que te guste la poesía, joven, pero lástima que te atribuyas poemas que no son tuyos. Ese es un buen soneto, y desde hace tiempo lo sé de memoria...
Y entonces se lo recitó, de pe a pa. El joven poeta se puso pálido y balbuceó algo, pero Obregón se apresuró a tranquilizarlo:
--No te preocupes, lo que pasa es que yo tengo una memoria muy buena, y como me gustó tu soneto, me lo acabo de aprender.
Memoria y Olvido. Vida de Juan José Arreola (1920-1947) (1994).
Fernando del Paso
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