Martín Adán, poeta peruano, por voluntad propia se había ido a vivir al hospital de enfermos mentales “Víctor Larco Herrera” para curar su alcoholismo. Allí se hospedaba feliz. Todo estaba bien hasta que su primo José Luis Bustamante y Rivero llegó a la presidencia de la República a finales de los años 40.
El nuevo Jefe de Estado debía reunir a sus ministros y colaboradores más
cercanos. Alguien le recordó que tenía un primo poeta y que sería un buen jefe
de prensa en Palacio de Gobierno.
José Luis Bustamante no lo dudó. Mandó a que viniera a las diez de la
mañana. Y así fue. El poeta estaba al día siguiente, puntual, en la sala de
espera.
El ajetreo de instalarse en Palacio, así como las visitas oficiales y
extraoficiales, tenían muy ocupado al Presidente. Y corrían las horas. Y Martín
Adán desesperaba. Cansado, hasta fastidiado, en la primera oportunidad que pudo
estar cerca del edecán, le preguntó a qué hora lo iba a atender el señor
Presidente. Además, intrigado, preguntó para qué su eminencia lo había mandado
llamar.
El edecán le explicó que esperara un poco más, que el Presidente lo
requería con urgencia, pero estaba muy ocupado con algunos embajadores y
visitas de amigos.
El poeta no aguardo más, y se levantó:
--Señor –dijo resuelto-- no puedo esperar más. Dígale al señor
Presidente que en el manicomio almorzamos a las doce en punto y, como
verá, ya me gana la hora y tengo que irme.
Las otras personas que estaban en la sala de espera lo miraron con
extrañeza. Unos, los que no sabían, se preguntaban qué hacía un loco
haciéndole guardia al Presidente y otros, los edecanes y personal allegado a
Bustamante y Rivero, que sabían que el poeta estaba allí porque iba a ser el
secretario de prensa, quedaron más que sorprendidos.
El edecán alzó las cejas. Y sin más, sabiendo que el poeta era primo del
Presidente, lo hizo pasar a otro ambiente. Al rato, apareció José Luis
Bustamante.
--Cómo has podido decir eso, Martín --le dijo Bustamante y Rivero--. El
edecán y las otras personas que están allí saben que te he llamado para
nombrarte jefe de prensa del Palacio de Gobierno.
--No, José Luis --protestó el poeta--. No. No acepto. Eso es pedirle a
la oveja descarriada que vuelva al redil. Eso nunca.
El poeta lo miró de frente, hizo una venia respetuosa con su sombrero y
enrumbó al hospital. Su hora de almuerzo era sagrada.
Rostros de Memoria.
Visiones y Versiones Sobre Escritores Peruanos (2009).
Pedro Escribano
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