Sabido es que los funcionarios públicos, señaladamente los Secretarios de Estado, Subsecretarios, Oficiales Mayores y hasta Jefes de Departamento, se ven obligados a responder constantemente las incontables llamadas telefónicas de otros funcionarios, de amigos y del público.
En
cierta ocasión el licenciado Alfonso Noriega Cantú, distinguido maestro universitario
y persona de gran simpatía y agudo ingenio, ocurrió a entrevistarse con el
licenciado Salomón González Blanco, Secretario del Trabajo.
Comenzaba
a tratarle su asunto, cuando sonó el teléfono.
--Permíteme
–dijo don Salomón.
Habló
durante unos minutos y dirigiéndose nuevamente hacia el licenciado Noriega, lo
invitó a continuar la conversación. Empezaba a hacerlo cuando nuevamente
interrumpió el teléfono. Otro “permíteme” y don Salomón se enfrascó en una
discusión que duró mayor tiempo. Finalmente otro “perdona, Chato”, y se reanudó
la plática. Volvió a sonar el teléfono y don Salomón tuvo que atender la
llamada. La escena se repitió muchas veces y en una de ellas, al colgar el
teléfono, el ministro se dio cuenta de que el licenciado Noriega había
desaparecido.
Estaba
reflexionando, ¿se enojaría el Chato? ¿Por qué se habrá marchado? De pronto,
volvió a sonar el teléfono. Don Salomón descolgó.
--¿Salomón?
Oye, habla el Chato…
Las Mil Anécdotas y
Un Comentario (1971).
Octavio Aguilar de la Parra
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